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El problema es que no somos perros, pero si tenemos pulgas

Por Juan Carlos Moya*

“La vida de un perro es la aspiración máxima a la que puede aspirar un filósofo”, con estas palabras de ‘El monje Laskaris’, escritas en un papiro sagrado manchado de vino, allá por el siglo 12, abro este artículo que celebra la película francesa “Perro Feroz”, parte valiosa del festival Eurocine.

Cuando escribo, siempre incluyo un perro en mis novelas. Lo hago porque su presencia me reconforta.

Y este mismo sentimiento me atrevo a decir que atraviesa la vida de Mirales, el protagonista de “Perro Feroz”.

Mirales es un joven que ama leer y tiene un perro.

Vital, polémico, reflexivo a causa de las altas dosis de lectura, y con un carisma especial para meterse en problemas, este joven tiene algo muy claro: «El amor con las mujeres trae problemas y es preferible evitarlo».

Recuerdo hace unos 42 años, cuando yo era un niño, presencié una lluvia de estrellas en el páramo del Cotopaxi, junto con un perro al que mi abuelo Lucas Freire bautizó como Indio, pues tenía una mancha blanca en la cabeza como una flecha.

Esa noche, mi abuelo Lucas me dijo algo que jamás olvidaré: «La amistad perdura, el amor no dura». Mi abuelo chileno era feroz con las palabras y radical con los afectos.

Mirales (Raphaël Quenard), el protagonista de la película francesa que ustedes deben ver dos o tres veces, piensa parecido: «La amistad es de sabios», como decía Ovidio.

Pero aquí el pequeño-gran detalle es que elige mal a su amigo de compañía y aventuras.

Elige a un chico con sobrepeso apodado Dog, un vago, ignorante, apático, celoso, inseguro, un inútil a carta cabal. Tan inútil que terminará en la cárcel por pendenciero.

Mirales cita y recita a Montaigne (fundador del ensayo), conoce la obra de Hermann Hesse, debate sobre la valía de la lealtad.

Las horas huecas de la vida (que siempre las hay) las llena leyendo o mostrando su inconformidad con la existencia; cocina para su madre (aunque ella no lo agradece), y de vez en cuando sueña, porque soñar duele, pero nacimos para ello.

La vida es demasiado sencilla: no meterse en problemas, trabajar, y tener un perro.

Mirales lo descubre a medida que crece.

‘Perro feroz’ es una película de iniciación de la psicología de un personaje. 

Mireles y Dog viven en un pueblito del sur de Francia. Ambos se verán obligados a emprender ese viaje de juventud llamado crecimiento psicológico y moral. Pero como suele suceder, uno de los dos debe caer y el otro progresar (o mirar la caída ajena y levantarse).

‘Perro Feroz’ llega en un momento perfecto a la sala de cine de Ochoymedio, en un tiempo donde los más jóvenes no comprenden sus propias existencias y pasan onanistamente sus días mirando la pantalla del teléfono, al igual que el rechoncho Dog, un sujeto nada agradable, un delincuente en potencia.

Elegir a los amigos (más que elegir el amor), al parecer, es la cuestión que divide nuestra vida en dos caminos: el descenso al fracaso o el camino a un mesurado éxito.

Desde niños, debido a todo ese bombardeo de afectos y desafectos paternos, los chicos se ven urgidos de probarse, como hombres y mujeres, ante un amor.

‘Perro Feroz’ nos enseña cómo la amistad es la prueba de fuego, mientras que el amor de una chica es algo pasajero, baladí, insustancial como todo tipo de idealización, apego, necesidad afectiva, carencia o quimera.

En las cumbres de la desesperación, Arthur Schopenhauer, halló en el fondo de una taza de té palabras reconfortantes para ese estado individual donde nada sobra ni falta: llamado soledad.

“La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”, escribió este pensador. Y, además, subrayó que los más inteligentes/preparados abrazan la soledad como pináculo.

Sin duda, Schopenhauer infería que todo mamífero/humano es doliente de compañía cuando no ha superado su periodo de lactancia (entre otras patologías).

Mireles es un joven ejemplar, muestra templanza, y demuda su rostro con fastidio cuando mira la abulia de su madre pintora, quien poco habla y poco pinta.

Mireles es esa fuerza vital que necesitamos conocer en la adolescencia. Esa fuerza feroz que late en nuestros corazones como un ladrido.

Por eso la presencia del perro Fortachón es capital. Sirve como metáfora de la fuerza necesaria para encarar el vacío.

No hay pretexto en la película para no progresar. La voluntad de Mireles lo prueba cuando obtiene un empleo (legal) como cocinero y deja de lado su oscuro negocio.

Gracias Jean-Baptiste Durand por darnos una película que se convertirá en una lección de sencillez y vitalidad, una obra que jóvenes y adultos necesitamos revisar para hallar el camino.

A menudo, pienso que tener un perro en casa, un empleo sencillo y un libro para leer, son motivos suficientes para ser felices.

*Actualmente escribe una novela donde su hija María Antonieta (una hermosa volpina italiana) es la protagonista principal.

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