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De la imposibilidad al futuro

De York Neudel

Una quimera es un ser mitológico. Decían que es una mezcla de un león con una cabra y tiene un rabo de una serpiente. No es realista. Imposible que exista. Es un sueño en vano o descabezado. En algunos de nosotros toma forma de deseos o anhelos. Otros tienen ideales incompatibles con las posiciones de los demás. Personas que se quedaron en un limbo entre realidad y esperanza. Silenciosos y sensibles observadores de un mundo mecánico, frío e incomprensible.

De estos estratos viene Arturo, un inglés introvertido con un traje de lino blanco decadente y sucio. Recién salió de la cárcel por saquear una tumba etrusca. Los maleantes con quienes trabajaba huyeron de la policía sin avisarle y, así, cumplió la sentencia solo. Tiene el don de poder sentir la presencia de tesoros bajo la tierra. Regalos a los difuntos para que ayudaran en el viaje al inframundo y destinados a las almas, pero jamás a los ojos humanos.

Aunque el británico quiera abstenerse de las prácticas deplorables de los “tombaroli” no logra resistir
a la tentación y a las persuasiones de sus falsos amigos. Y así, lo sagrado se convierte en mercancía profana que se inserte en el mercado negro de arte con sus lógicas de oferta y demanda. El valor de cambio absorbe por completo el sentido original de las piezas. La maquinaria capitalista está pulida y bien engrasada. Todos parecen felices. Todos parecen ganar.

Pero Arturo es diferente. Su apatía y su silencio lo distinguen. No es solamente por su italiano rudimentario. Su sensibilidad y profunda tristeza lo distancian de los demás. Mantiene rastros de un idealismo, personificado por Beniamina, su novia desaparecida, que solamente existe en sus sueños y cuyo regreso físico es improbable. Ella es su quimera, su perdición. Cegado por este anhelo, no puede entregarse a Italia, la estudiante brasileña de canto, explotada como sirviente en una casa decadente, pero llena de una ingenuidad, alegría e inocencia adorable. En el torbellino entre vicios y tentaciones, el amor y los ideales, Arturo es la viva imagen de las contradicciones de nuestra existencia.

La belleza ensoñadora de la película es como una textura que nos acaricia. Es como si uno pudiera oler la naturaleza y saber las imágenes. Alice Rohrwacher y su fotógrafa Hélène Louvart nos
envuelven en un velo de encantamiento. No obstante, en lugar de quedarse en una superficie meramente estética, la película hace inmersiones profundas a temáticas existenciales. Con una ligereza cómica juegan con las formas aristotélicas y brechtianas y rompen con la cuarta pared o intensifican las actuaciones hasta un tono burlón para llevarnos después nuevamente a una identificación plena con los protagonistas. Diversión y seriedad se entrelazan, pero nunca se pierde un punto de enunciación claro desde el que se critica severamente a un sistema político cruel y perverso.

La obra empodera a las personas que socialmente suelen estar en desventaja. De tal modo, la inmigrante brasileña ilegal que tiene que ocultar la existencia de sus niños se llama “Italia”. Spartacus, el histórico líder del levantamiento de los esclavos que puso en peligro la existencia del Imperio Romano e ídolo de los partidos comunistas en todo el mundo, es aquí una mujer poderosa y hasta la quimera Beniamina podría ser un guiño si se trata de un homólogo femenino al filósofo de la Escuela de Fráncfort.

La película es una obra maestra con un elenco exquisito. Con su carisma y estilo inconfundible, Carol Duarte parece continuar su interpretación de una Eurídice Gusmão invisibilizada, pero es salvada con un giro emancipador. Isabella Rossellini en el papel de Flora puede transformarse con facilidad de una déspota a una amiga cariñosa, explotar a la gente y ser, a la vez, víctima de la explotación y decadencia familiar. De tal forma representa la inconsistencia humana y lo inconsecuente en cada uno de nosotros.

“La quimera” viaja por una atemporalidad. Aunque parezcan los años ochenta en una Italia rural en peligro de extinción por la industrialización, se tejen nuestras experiencias globalizadas del presente con costumbres antiguas. El futuro, sin embargo, depende de nosotros y de si podemos liberarnos de la inercia de nuestros ideales para transformarlas en realidad.

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